El viejo se acercó a mí y puso cara de serio.
Mira muchacho —me dijo — La vida no es más que la búsqueda de una mujer. Y mira que digo “una mujer” y no “cualquier mujer”. El problema es que siempre te quedas con la duda de si la mujer que encontraste es esa mujer que buscaba. Y me dijo que como él ya estaba viejo, había descubierto una fórmula secreta para descubrirlo.
El viejo se giró hacia todos lados, como vigilando que nadie le escuchase. Yo sentí que estaban a punto de decirme algo importante, asique puse cara de circunstancias y eché mano discretamente de un papelito y un lápiz, no fuera a ser que se me olvidase la fórmula. El viejo carraspeó, y sin fijarse en mi papelito, me confió:
“Si tú le dices a una mujer que tienes un dolor de muelas, y ella en lugar de mandarte al dentista o darte un analgésico, te abraza y deja que recuestes la mejilla en sus pechos, entonces muchacho, esa es la mujer que andabas buscando.
Yo me sorprendí un poco, pero de todas formas tomé nota de la fórmula. Nunca se me había ocurrido pasar la vida buscando una mujer, por muy “única” que fuese. A mí se me ocurrían cosas más concretas y posibles, como ser bombero, conquistar el mundo, o construir un avión que se controle con el pensamiento. Respecto a las mujeres, yo tenía buena autoestima, y pensaba más que esa mujer me encontraría a mí, que buscarla yo a ella.
Pero entonces era muy pequeño. De todas formas, en estos años junté muchos dolores de muelas, algunos incluso de verdad, pero tomé tantos analgésicos y visitas al médico como dolores tuve. Tan única era esa mujer, que seguía sin aparecer…
Nunca te canses de buscarla, y nunca pares el tiempo sin haberla encontrado, eso sobra decírtelo, lo sabes, y me alegro de que así sea.
ResponderEliminarNunca dejes de escribir porque puedes perder la ilusión, quedarte sin ideas, puedes perderlo todo, o no conseguir nada, pero siempre te quedara esa actitud de escritor torturado que vende libros tan bien.
Me ha gustado leer esto, creo que lo haré más a menudo.